Éste es un resumen de todos los viajes que hice en 2022

Viajar es una de las mayores aspiraciones de todo el mundo. El motivo por el que ahorramos y aquello que hacemos cuando podemos pasar unos cuantos días sin trabajar. Menos de un 20% de la población mundial tiene el privilegio de viajar regularmente y, hasta hace unas cuantas décadas, el turismo no era una industria como tal. Somos unos privilegiados por haber nacido en un contexto y una época en la que podemos realizar una búsqueda por internet y, a los pocos minutos, contar con un par de billetes para ir a la otra parte del mundo a descubrir otros paisajes, otra cultura y otras gentes.

El año pasado fue uno de los años que más viajé. Algunos de estos viajes estaban planificados y preparados con más tiempo, y otros fueron más improvisados o espontáneos. En este post vengo a resumir un par de puntos clave y a explicar qué supusieron para mí en cada momento.

 
 

Berlín es mi nuevo lugar favorito de Europa

Mi idea de Berlín era completamente errónea antes de llegar allí. Pensaba en ella como la típica capital europea, estilo París, Bruselas e incluso Londres, pero si has estado allí sabrás que es ridículo hablar de Berlín en estos términos. La luz, el ambiente, la música, el trato de la gente, la comida y la historia de la ciudad es algo que yo no he conseguido encontrar en otro sitio (en Budapest, hace un par de semanas, vi matices de esto, pero sólo matices).

Al comenzar el año no tenía pensado visitar Alemania, sólo fui a Berlín porque me apetecía viajar en solitario unos cuantos días tras pasar por un momento personal no demasiado agradable, y Berlín resultó ser la mejor opción que encontré en cuanto a precios, fechas y atractivo de la ciudad. Aterricé de noche y me desperté al día siguiente en el hotel sin apenas saber nada de la ciudad, hasta que comencé un tour con Pablo (recomendadísimo) desde la Puerta de Brandemburgo y me fui enamorando de la ciudad poco a poco.

 
 

La historia ha moldeado Berlín de una forma que la ha acabado haciendo única. Una ciudad protagonista de dos guerras mundiales, invadida por hasta 8 países distintos a lo largo de la historia, centro de operaciones de la persona más odiada del mundo, partida por un muro durante décadas (que separaba dos continentes totalmente distintos) y responsable del nacimiento de la música electrónica, entre otras cosas. Cada paso por Berlín es descubrir un acontecimiento increíble o una historia fascinante, especialmente si cuentas con un guía que te acompañe durante el camino.

 
 

Por otra parte, una de las cosas que más me llamó la atención fue la gente. Muchísima gente joven por todas partes y un ambiente bastante libre y sin prejuicios. La explicación resulta bastante curiosa: tras la segunda guerra mundial, Berlín quedo destrozada y mucha población abandonó la ciudad. Una de las vías de recuperación por la que se optó fue la industrialización, y para trabajar en ella se necesitaba gente joven. Es por esto que se dictaron una serie de leyes y reglas muy atractivas para la juventud que sólo tenían validez en Berlín. En Berlín se permitían las relaciones homosexuales y el travestismo (por aquella época, penados en gran parte del mundo), no se obligaba a realizar el servicio militar (de tres años en aquel momento) y se permitía beber alcohol en la vía pública, entre otras muchas cosas (esta última ley sigue en pie hoy en día y lo percibes diariamente, incluso en el transporte público). Esto, efectivamente, atrajo muchos jóvenes a la ciudad, pero pocos de ellos tenían ganas de trabajar. Además, como estos jóvenes (podríamos decir que las ovejas negras de cada familia de la época) se encontraron una inmensidad de viviendas vacías (de gente que había abandonado la ciudad tras la guerra y no había vuelto), la ciudad se convirtió en la capital del movimiento okupa. Incluso a día de hoy y pese a ser la capital, Berlín no es en absoluto la ciudad más económicamente potente de Alemania (sino la séptima) y esas típicas capitales europeas en las que yo pensaba antes de visitar Berlín, en realidad se parecen más a Düsseldorf o Múnich.

En cuestión de unos pocos años, Berlín pasó a ser la capital mundial del arte urbano, la música electrónica, la vida joven, un lugar política y socialmente transformador y el motor natural de cambio del siglo pasado.

 
 

El Muro de Berlín representaba el extremo opuesto de las ideas que mencioné anteriormente. Se trataba de una estructura kilométrica que, sin salir de la ciudad, separaba la Unión Soviética de los países más importantes de occidente, como Reino Unido, Francia y Estados Unidos. Los soviéticos lo erigieron de manera repentina durante una madrugada de verano, mientras toda la ciudad dormía, con el objetivo principal de aislar físicamente a los occidentales y socialmente a los orientales.

Aunque los occidentales estaban rodeados por el muro, contaban con un aeropuerto internacional y un pasaporte ampliamente aceptado en todo el planeta. Por otro lado, los orientales podían viajar libremente por miles de kilómetros, pero no podían acceder a los barrios y lugares de trabajo donde conseguían casi la totalidad de sus ingresos. De hecho, ésta fue la razón principal detrás de la construcción del muro: la Unión Soviética se cansó de proveer vivienda y servicios gratuitos a sus ciudadanos que durante el día trabajaban, consumían bienes y pagaban impuestos en el lado capitalista.

Como se cuenta en muchísimas ocasiones cuando se habla del Muro, las historias de familias, matrimonios y grupos de amigos que, literalmente, de la noche a la mañana quedaron separadas durante décadas, está recogida en varios museos, exposiciones e incluso obras de arte urbano a lo largo de la ciudad.

 
 

La visita a Sachsenhausen fue una actividad que estuve pensando bien si realizar o no. Prácticamente llevó todo el día y tiene una carga psicológica y mental importante, pero mereció totalmente la pena.

Sachsenhausen fue el campo de concentración modelo del imperio nazi, aquel que construyeron para servir de ejemplo a los campos futuros. En él se estima que malvivieron cerca de 145.000 prisioneros de los cuales 30.000 no salieron de allí con vida. La visita guiada te da un paseo por la historia de este campo, te lleva a las construcciones y lugares que todavía siguen en pie y te explica cómo sucedían los acontecimientos y procedimientos dentro del campo.

Algunos de los asuntos que más me impactaron fue la pista de prueba de zapatos, donde los prisioneros probaban distintos calzados de marcas alemanas durante dos días seguidos sin parar de caminar; la existencia de los prisioneros con triángulo verde en el uniforme (asesinos, torturadores y violadores estratégicamente colocados en el campo de concentración para someter al resto de prisioneros) o la visita a la cámara de gas, mucho más pequeña de lo que las películas nos han hecho creer, pero en la que llegaban a morir hasta 200 personas por día.

No es una actividad apta para personas muy aprensivas y también cabe decir que físicamente es bastante exigente (hay que caminar muchísimo y no hay protección solar arquitectónica de ningún tipo), pero personalmente, creo que merece mucho la pena.

Berlín me dio la sensación de estar en cuatro lugares distintos sin salir de uno. En cuestión de 30 minutos de bicicleta puedes pasar de estar en un continente a otro completamente distinto. El éste de la ciudad no tiene nada que ver con el oeste y la arquitectura, la cultura y la historia son el mejor reflejo de esto. Quizás tengo Berlín especialmente romantizada por el momento personal en el que visité la ciudad, pero creo que repetir este viaje cada año me haría muy feliz (y aún conozco una inmensidad de lugares que todavía no he explorado).

Algunas notas antes de dejar atrás Berlín:

  • Usa la bici, tanto si el alojamiento en el que te encuentras te proporciona una como si la alquilas tú por minutos, horas o días por la ciudad. Es un lugar con muy poco tráfico, muy llano y cómodo para montar en bici. Mi único Uber fue del aeropuerto al hotel y del hotel al aeropuerto, todos los demás desplazamientos los hice en metro o bici.

  • Haz un free tour, o incluso varios. Es una capital cultural impresionante y merece mucho la pena. Nunca he disfrutado tanto de un tour como los que pude hacer en Berlín. Personalmente yo, hice el free tour de Berlín, el tour del Berlín alternativo y la visita guiada al campo de concentración de Sachsenhausen. Recomiendo muchísimo todos y cada uno de ellos.

  • Es un buen lugar para conocer gente. Todo el mundo habla inglés (incluso las personas mayores), el índice de criminalidad es bajísimo y el ambiente es bastante amable por regla general. Tanto en tours como fuera de ellos hice algunos amigos con los que he mantenido algo de contacto posteriormente.

  • El mejor atardecer de la ciudad está en el aeropuerto de Tempelhof. Un lugar que fue clave para toda Europa, ahora es un enorme parque que puedes recorrer andando o en bicicleta.

  • Visita Potsdam, a menos de una hora en tren desde Berlín. Es uno de los lugares más bonitos en los que he estado nunca.

 
 

Visité la ciudad de mis sueños

De Nueva York siento que tengo pocas cosas que contar y muchas fotos que enseñar. Todos hemos oído mil historias de la capital del mundo, la hemos visto en cientos de películas o hemos soñado con viajar allí (si no lo hemos hecho aún). En mi caso era algo que quería hacer desde varios años atrás, y fue un objetivo en firme para 2022. Pasé el día de mi cumpleaños allí, yo solo, pero en la ciudad más increíble del mundo.

 
 

Cabe decir que cuando caminaba por Manhattan me encontraba con sensaciones extrañas. Por un lado, era un lugar increíble que quería visitar desde que tenía uso de razón. Todo era impresionante, estético, peculiar y asombroso. Por otro, era como si ya conociese cada calle y cada edificio, quizás a fuerza de verlo previamente en tantas ocasiones y en tantos lugares, y algunas facetas de la ciudad me parecieron demasiado impostadas, falsas o como si todo se tratase de un inmenso atrezo. Quizás porque hemos explotado imágenes de este lugar hasta gastarlo por completo.

 
 

Estando allí le escribí a un familiar y le dije que Nueva York era una ciudad de contrastes. No había término medio en casi ningún punto que puedas imaginar. La gente por las calles puede ser maleducada y violenta, pero el servicio de los restaurantes, tiendas y hoteles es el más amable con el que me he cruzado. Todos los edificios, calles, coches y monumentos que encuentras por la calle están nuevos a estrenar o, por el contrario, demasiado viejos; o excesivamente limpios o sorprendentemente sucios. Hay gente que viste genial y otra que viste fatal. Lo que no hace un ruido ensordecedor está en absoluto silencio. No hay un precio medio ni razonable para absolutamente nada; si algo no es prohibitivamente caro, será sorprendentemente barato.

 
 

Permanecí diez días en la ciudad, caminando una media de 25.000 pasos por día y visitando todas las localizaciones y lugares que pude. Y reconozco que, pese a volver agotado y un poco sobrecargado de tanto estímulo que percibí allí, los meses de después la he estado echando mucho de menos. Cuando veo fotos de amigos que la han visitado posteriormente o me cruzo algún plano en una peli o una serie, la reconozco y la echo de menos. Hay demasiadas cosas por hacer, demasiados rinconces que visitar. Toda la ciudad está llena de planos cinematográficos y fotos perfectas que no entiendes cómo son posibles. Qué tendrá este lugar para que todos queramos ir y, una vez hayamos vuelto, queramos volver.

 
 

Estando allí abrí una hoja de notas en Notion con diversos puntos a modo recomendación para los amigos que visitaran Nueva York posteriormente. Aquí van algunos highlights:

  • Prioriza MoMA por encima de Guggenheim.

  • Cruzar de Brooklyn a Manhattan caminando por el Brooklyn Bridge es lo mejor que he hecho durante el viaje.

  • Miradores a priorizar: Summit Vanderbilt (1), Top of the Rock (2), Edge (3).

  • Lleva siempre encima $80-100 en cash.

  • Propinas: 10% mal servicio, 15% servicio normal y 20% servicio excelente. Sin propina: te persiguen y te preguntan qué ha pasado (me ha ocurrido).

  • No aceptes CDs de raperos en Times Square ni pulseras de los falsos monjes budistas.

  • Fumar marihuana en la calle es legal, pero comprarla en la calle no. Y te van a ofrecer porros ya liados. Muchos. La multa es hasta de $6,000.

  • No compres botellas de agua en Central Park. Son botellas que encuentran en la basura y las recargan del grifo.

  • Ningún local de Chinatown acepta tarjeta.

  • Las mejores pizzas no están en Little Italy, sólo las más caras.

  • Ningún precio lleva los taxes incluidos. En restauración ronda el 8%.

  • Salir de fiesta es una mierda y es caro. Ponen música desfasada, ninguno sabe bailar y te cobran $18 (mínimo) por una copa en vaso de plástico, como si fuese un puto cumpleaños.

  • Asegúrate de que estás entrando en la boca de subway correcta. A veces no hay “estación” como tal sino que de la calle bajas, pagas y estás directamente en el andén. Si no es el andén correcto te toca subir, ir a otra boca y pagar de nuevo. Por otra parte, las líneas de subway realmente son los colores; las letras o números son combinaciones de paradas, pero hacen el mismo recorrido si tienen el mismo color.

  • Comida decente y barata siempre en locales con “Deli” en el nombre, pero come sólo en comercios con distintivo “A”.

  • La salsa picante de los puestos de Halal Brothers pica muchísimo y Blue Bottle es el mejor café de la ciudad.

  • Casi todos los camareros (excepto en Chinatown) son latinos. Facilita mucho la comunicación. Todo lo contrario a los taxis: indios y paquistaníes que apenas hablan inglés.

  • El ferry que va de Lower Manhattan a Staten Island es gratuito. El que sale desde Brookfield Place no.

  • Casi todos los parques tienen baños públicos, y no sé por qué pero el agua del grifo en estos baños normalmente sale muy caliente. En el subway no hay baños.

  • Tardas lo mismo en ir al JFK en subway que en taxi y cuesta $85-120 menos.

 
 

Improvisé un viaje a Italia con mi mejor amigo y pisamos el tercer país más pequeño de Europa

Alberto es uno de mis mejores amigos desde hace casi una década. Después del verano nos propusimos hacer un road trip juntos, sencillo, no demasiado lejos. Compramos unos vuelos a Italia y alquilamos un Fiat 500 descapotable para visitar unas cuantas ciudades distintas.

 

Alberto y yo en la cima de La Due Torri, en Bolonia. Él luce más fresco que yo porque había subido el Kilimanjaro unas semanas antes por lo que llegaba, injustamente, mucho más entrenado para los casi 600 escalones que hay que superar.

 

La verdad es que fue un viaje increíble, y sin duda en el que mejor he comido de toda mi vida. No había un plan estricto demasiado establecido más allá de un par de Airbnbs contratados y una idea de los sitios que queríamos visitar. Normalmente, improvisábamos bastante al llegar a cada ciudad.

Bolonia me sorprendió y me encantó a partes iguales. Pensaba que sería sólo una excusa para no pasar la mayor parte del viaje en Florencia, pero las sensaciones que transmitía la ciudad y el ambiente universitario me recordaron mucho a Berlín, con ese mismo mix de historia y monumentos increíbles en contraste con arte urbano, manifestaciones y cultura alternativa.

 
 

Florencia es una ciudad monumental. La cantidad de estímulos visuales que recibí estando allí resulta difícil de describir. Quise sacar una foto a cada esquina y cada lugar. La Catedral de Santa María del Fiore es la más bonita e imponente de todas las que he visto.

Me sorprendió mucho la luz que tiene la ciudad; tanto la luz natural del día y cómo ésta refleja en las calles y edificios de Florencia, como la luz cálida y muy tenue de la noche, la cual casi pensaríamos que de otra época.

 
 

Obviamente y como cabe imaginar, es una ciudad hiperturistizada. Colas enormes para entrar en cualquier sitio, un montón de restaurantes y locales a esquivar porque realmente están enfocados en el turismo y mucha gente en mitad de las mejores fotos. Igualmente, costaba mucho esfuerzo no quedar sorprendido por la belleza del sitio y me encantaría volver a caminar por aquellas plazas y calles.

 

Pensé que el Ponte Vecchio no se merecía compartir foto con nadie más.

 

San Marino era la verdadera excusa de este viaje, aunque fue uno de los lugares donde menos tiempo pasamos (algo menos de un día, pero es que tampoco es un sitio donde puedas pasar mucho más tiempo). Alberto quería visitar su país número treinta sin ir demasiado lejos, y San Marino (un pueblo que oficialmente es una república) era el único país de los alrededores en el que todavía no había estado. De ahí que improvisáramos un viaje a Italia con la excusa de, en algún momento, visitar San Marino.

Si podemos ser honestos, es un lugar un poco decepcionante. La arquitectura y el enclave, obviamente, son fascinantes, y el lugar está cargado de peculiaridades e historias que merecen mucho la pena. Pero, por lo general, me pareció un lugar muy mal aprovechado (culturalmente hablando) en el que sólo se piensa en los turistas. Cada local o establecimiento del centro histórico es una tienda de burdos souvenirs donde venden camisetas falsas de fútbol, botellas de limoncello con forma de cuerpo de mujer o distintas armas sin licencia, como tasers o pistolas de perdigones.

 
 

San Leo fue una de esas improvisaciones que no pudo salir mejor. Visitamos el pueblo al atardecer sencillamente porque no teníamos ningún otro plan y nos quedaba de camino al alojamiento. Los puertos de montaña llenos de curvas cerradas y desniveles eran un gustazo de conducir, las vistas de La Toscana verde no podían ser más bonitas y contemplar la luz del atardecer reflejando en la piedra caliza de las construcciones de San Leo fue de lo mejor de todo el viaje.

 
 

Acabo el resumen de este viaje con tres de las muchísimas pizzas que comimos esos días. Nos propusimos comer pizza en todas las comidas, y cumplimos en casi todas ellas.

En concreto, la del centro (tras mucho reflexionarlo y pensarlo, puedo afirmarlo) es la mejor pizza que me he comido en mi vida. Y, curiosamente, no fue en Italia sino en San Marino.

 
 
 

Volví a pasar “un día en las carreras”

En realidad fue un fin de semana completo, de viernes a domingo, pero soy demasiado fan de la película de los hermanos Marx como para no homenajearla el título.

El único deporte que realmente me gusta y consumo es la Fórmula 1. Podríamos hablar del automovilismo en general, pero lo cierto es que está todo bastante concentrado en la categoría reina.

A mediados de este año volví, junto con mi padre y mi hermano, al Gran Premio de Catalunya, tras muchísimos años sin acudir a un evento de este tipo. Aunque la actividad en la curva 9 (donde nos encontrábamos) pudo ser más entretenida, fue una experiencia genial que teníamos muchas ganas de repetir.

 
 

Aprovechando que, desde que comenzó la pandemia, no había vuelto a Barcelona, invertí algo de tiempo para hacer un poco de turismo por lugares que siempre me han parecido geniales en la ciudad. Normalmente, cuando voy a Barcelona siempre es por trabajo y, muy pocas veces, por placer, así que intenté distraerme del curro todo lo que pude y dedicarme a disfrutar de la ciudad.

Quizás me atreva a compartir la playlist que sonó en bucle en mis auriculares durante horas mientras hacía kilómetros y kilómetros caminando.

 
 

Todos sabemos que es mejor tener playa que no tenerla, pero al mismo tiempo, la playa de la ciudad de Barcelona no entraría en el top 100 de mejores playas de nadie. Pese a que viaje allí en plena ola de calor, pensé que sería un mejor plan alquilar una bici y recorrer varios kilómetros con ella por el paseo marítimo que darme un baño. Al principio me pareció mejor idea que al final.

 

No sería justo acabar este viaje sin agradecer a María y Julio que me acompañaran a subir al Tibidabo, donde hasta ahora nunca había estado en ninguna de mis visitas a la ciudad.

 
 

Llevé a mi pareja a conocer una de mis ciudades favoritas de España

Mi pareja es estadounidense, lleva tres años en España y nunca había estado en Segovia. Aprovechamos un par de días libres de su trabajo para coger un tren y marcharnos allí un par de días.

Segovia es una de mis ciudades favoritas de España. Es pequeña (muy pequeña) pero cargada de arquitectura monumental, historia y cultura que ella no conocía todavía. Visitar la catedral, el alcázar o caminar bajo el acueducto romano es un plan genial que todos podemos hacer a poco más de una hora de Madrid.

 
 

Todo sea dicho, Segovia no es la mejor ciudad del mundo si no comes carne. En mi caso, yo soy vegetariano y mi pareja es vegana, y las opciones allí son bastante reudcidas. El primer día descubrimos un restaurante libanés increíble (cargado de opciones veganas) justo debajo del acueducto, y nos gustó tanto que comimos allí dos días y cenamos otro más.

PD: Todas las fotos de este post están hechas con un iPhone y han sido editadas en el mismo usando VSCO.

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